Artigo publicado no diario ElPaís con data 13_V_2019
Autoría: Diana Oliver
No hay mañana ni tarde en la que
en un parque infantil no nos encontremos con un adulto animando a un niño a
compartir sus juguetes. Lo hacen apurados, quizás agobiados, por no saber ni
cómo actuar ni qué decir, conscientes de que el drama acabará llegando antes o
después. Y cuidado. Porque seguro que alguno se ha sentido en el arenero, entre
palas, rastrillos y cubos, como un espectador más del Coliseo romano. Lo que
muchos no sabemos es que no todos los niños están preparados al mismo tiempo
para compartir. Tampoco somos conscientes de que, a veces, es nuestra propia
intervención la que acaba acrecentando un conflicto que quizás no hubiera
llegado a tal. O quién sabe. Puede que en realidad lo que ocurre es que nos
queda tan lejana nuestra experiencia infantil en el parque que hemos
transformado esos lugares en una maqueta a escala de nuestro mundo adulto.
“Hasta los cuatro o cinco años
los niños pueden no estar preparados para compartir”, explica Verónica Pérez
Ruano, psicóloga y fundadora del centro de psicología infantil Raíces. Y es
que, para la experta, antes de esta edad los niños viven el mundo de una manera
egocéntrica, en la que todo pasa desde su propia vivencia y perspectiva. “El
sol sale porque ellos se levantan; si quieren algo, automáticamente es suyo. De
hecho, la palabra 'mío' suele ser una de las preferidas y más repetidas”,
cuenta. Y no hay una fórmula mágica para adelantar el desarrollo infantil: al
igual que terminan caminando, hablando o pintando, también aprenderán a
compartir. Según Julio Rodríguez, doctor en Medicina molecular, psicólogo y
autor de Lo que dice la ciencia sobre crianza y educación, tenemos que tener en
cuenta que los niños pequeños aún están en las primeras fases del
neurodesarrollo, “lo que quiere indicar que su cerebro aún está en evolución y
nociones como la empatía o las habilidades sociales no existen o son
extremadamente rudimentarias”. Y, además, para el niño es beneficioso ser
"egoísta", porque en un entorno natural, de eso dependería su
supervivencia. “Pensemos en los pollitos en el nido demandando todos comida; es
cruel, pero ahí ninguno 'piensa' en compartir, porque les va la vida en ello”,
propone. Y añade que cuando empiezan a aumentar las interacciones sociales con
sus iguales, lo acaban haciendo naturalmente.
La presión de intervenir
Es imposible no sentir la presión
de esos ojos que te miran y se preguntan por qué no estás actuando. Esa abuela
que te mira y se pregunta cómo es posible que no te hayas lanzado al arenero a
obligar a tu hija a que le preste la pala a su nieto, que llora desconsolado
por el tesoro. O ese otro espectador que al rato se pregunta por qué no haces
algo por tu hija cuando reclama el codiciado cubo del de enfrente. La vida de
parque es frenética. “Los adultos solemos llevar el conflicto infantil al plano
de los adultos y lo convertimos en un problema mayor del que es. Habitualmente
cuando un niño no quiere compartir y sabemos que por edad no está preparado
para ello, pero aun así hay otras familias mirando, sentimos la presión de
intervenir”, dice la psicóloga infantil.
Por qué no debes obligar a tu hijo a compartir
Ante situaciones como las
anteriores, Pérez Ruano recomienda que nos preguntemos qué haríamos si no nos
importase lo que fueran a pensar los demás de nosotros como madre o padre. Algo
aplicable al resto de asuntos relacionados con la difícil tarea de la crianza
de los hijos. “Si dos niños de menos de cuatro años quieren el mismo juguete y
solo hay uno, no podemos pretender llegar a acuerdos de tiempo, por ejemplo, un
ratito cada uno, o acuerdos de justicia, como por ejemplo 'es que tu ya tienes
este otro', porque no lo van a comprender”, advierte. Normalmente estas
explicaciones son, para la psicóloga, para que los adultos que están
acompañando el juego infantil se sientan bien pero cree que si nuestro hijo no
quiere compartir y sabemos que por edad no está preparado, pero se masca la
tragedia, la mejor alternativa es distraer a los niños antes de que estalle el
conflicto: “Desviar su atención a otro punto, introducir otro juguete o cantar
una canción suele funcionar mucho mejor que explicar a dos niños de tres años
la importancia de compartir”.
¿Y cuándo es a nuestro hijo al
que no le dejan algo que pide? Responde Verónica Pérez que, cuando nuestro hijo
comparte sus juguetes en el parque pero a él el resto de niños no se los dejan,
normalmente, como adultos sentimos malestar, ya que “vemos un desequilibrio de
poder” y pensamos que se pueden estar aprovechando de él. Sin embargo, insiste
en que los niños ni siquiera tienen esta vivencia: “Están jugando con otras
cosas, asumen que no les dejen los juguetes o simplemente prefieren evitar el
conflicto. Aquí entra nuestra contradicción como adultos, que no estamos
acostumbrados a compartir. Nosotros no dejamos el coche a un desconocido, ni
nuestro móvil, ni algo que estamos comiendo, pero sí pedimos que lo hagan los
niños con alguien que acaban de conocer. Aun así, queremos que lo hagan pero no
demasiado y mandamos continuamente mensajes contradictorios. Tenemos que tener
claro qué le estamos pidiendo al niño y si no le estamos mandando mensajes
contradictorios que sean difíciles de integrar”.
El papel del adulto
El aprendizaje de compartir llega
de la mano del propio desarrollo infantil. Según Verónica Pérez, el juego
infantil pasa por diferentes fases, y es entre los cuatro y seis años cuando
aparece el juego cooperativo o colaborativo, “en el que el interés de los niños
ya no pasa por jugar solos, como ocurría anteriormente, o incluso por estar
cerca de otros niños pero realmente sin cooperar; ahora disfrutan de la
compañía de los otros niños, de las reglas en el juego y de tener que
coordinarse y ponerse de acuerdo para que todos estén bien”. Por esto, la
psicóloga infantil cree que este es el momento en el que se pueden comenzar a
trabajar habilidades como la empatía, el compartir y la cooperación frente a la
competición.
¿Podemos hacer algo para
favorecer ese aprendizaje? “La mejor manera de enseñar un nuevo aprendizaje es
mediante la imitación. Si en nuestra casa compartir es un valor que practicamos
de manera activa, es más probable que ellos lo reproduzcan”, responde Pérez
Ruano. Y de nuevo aplicable a otras muchas parcelas de la crianza y la
educación de los hijos. Porque si nosotros les insistimos una y otra vez en que
deben compartir pero nunca actuamos así, se produce una disonancia cognitiva
entre lo que decimos y lo que hacemos. “Si en casa a la hora de cenar papá
tiene su sitio en el que no nos podemos sentar; mamá tiene su champú, que no se
puede utilizar; los juguetes de su hermano mayor no se tocan, etcétera, es muy
difícil sostener que luego en el parque o en el cole hay que dejar los juguetes
a los amigos porque hay que compartir. Si nosotros no compartimos nuestras
cosas más preciadas tampoco podemos exigírselo a los niños”, aclara la experta.
Incide de nuevo en que para favorecer cualquier aprendizaje en los niños,
“antes tenemos que analizar de qué manera concreta lo llevamos a cabo nosotros
y si estamos mandando mensajes contradictorios entre lo que se debe hacer pero
realmente lo que hacemos como padres”.
Para Julio Rodríguez, nuestro
papel en la educación debe de ser el de guía, pero no el de dictador. “Debemos
convertirnos en un experto al que puedan acudir para explicar las razones del
comportamiento, de las normas, de las decisiones. Y luego estar ahí para
resolver dudas y apoyar en todo lo que sea necesario. Esto cuesta trabajo pero
ayuda a nuestros hijos a construir su personalidad a través de una alta
autoestima y una profunda seguridad”, dice. Según Rodríguez, el niño tiene que "entender"
que compartir es beneficioso, y tiene que "entender" cuándo hacerlo y
en qué medida. “La clave está en eso, en entenderlo, luego él decidirá por sí
mismo cuándo y cómo hacerlo, y ahí es dónde está la libertad. Si obligamos a
hacer algo por autoridad o miedo al castigo, hará las cosas como un autómata,
sin nunca comprender nada, y así, de adulto, será fácilmente manipulable, sin
capacidad de decisión, sin pensamiento crítico y racional; y esto lo acabará
convirtiendo en presa fácil del sistema, en una marioneta más”, señala.
En cuanto a nuestra intervención
ante un conflicto, Verónica Pérez cree que siempre es recomendable dejar que
los niños intenten resolverlo por sí mismos, de manera autónoma, ya que desde
nuestra perspectiva adulta siempre es más difícil interpretar toda la
situación. Solo somos necesarios si ha escalado la violencia y van a agredirse
o dañarse: “En ese caso podemos ayudarles a gestionar su conflicto, pero
siempre recordando que es algo entre ellos, nosotros no tenemos que dar la respuesta
correcta, sino facilitar que entre los propios niños lleguen a acuerdos”. Para
ello, la psicóloga opina que lo más recomendable es no sacar nuestras propias
conclusiones, sino facilitar un espacio en el que ellos se puedan expresar,
escuchen al otro, saquen su propio aprendizaje y puedan llegar a un acuerdo.
“Tenemos que dejar a un lado nuestra visión adulta, ya que los acuerdos a los
que pueden llegar a nosotros nos pueden parecer injustos, pero si a los niños
les funcionan y sirven para continuar con su juego, no podemos primar nuestra
visión adulta, exterior y desconectada de su vivencia infantil”, concluye.