Medo a nadar, ¿como axudar a un neno que lle ten medo á auga?

Republicado con autorización de: https://www.escuelaenlanube.com/


El miedo al agua o miedo a nadar de los niños (al agua, a las piscinas y la playa, específicamente), es un sentimiento que afrontan ellos desde corta edad. Desde luego que no todos padecen de este temor, pero sí la mayoría.
Está en nuestra programación como seres humanos, el sentir pánico en los primeros años de nuestras vidas, por meternos en el agua o darnos un simple chapuzón. Esto se explica, debido a que nuestro entorno natural es en la tierra, no en el agua.
Hacer que los niños pierdan el miedo al agua puede traerle consecuencias favorables para su desarrollo, aprender a nadar es básico en el desarrollo de los niños y niñas, evitando problemas futuros.

 Comunicación con los padres, o personas mayores

Si los padres desean ayudar a sus hijos, o bien si eres el hermano o un familiar mayor de un niño, hablarles de las buenas experiencias, y de cómo entender aquellas cosas que ellos no saben, puede ser la mejor manera de empezar.

Gracias a la confianza y el afecto que se les pueda brindar, sus temores podrían desaparecer antes de siquiera comenzar a realizar la acción de enfrentarse al agua.
Otro punto importante es el de dejarlos a su voluntad, y no obligarlos. Regañarlos por el simple hecho de que tengan miedo a nadar, solo podría empeorar las cosas.

 Utilizar flotadores o salvavidas inflables

Los mejores ayudantes para que las personas, en general, se mantengan a flote o en la superficie del agua.
Comprarle a los pequeños estos artefactos tan útiles, es una inversión buena para comenzar a acostumbrarlos a la sensación de bañarse en aguas saladas o las piscinas.
Muchas personas al iniciarse en natación, suelen utilizar los primeros días flotadores en los brazos, para comenzar a experimentar el proceso de aprender a nadar.
En el caso de nuestros seres queridos de muy corta edad, si se les enseña algunos ejercicios, y maneras de nadar, dejarán de depender de los flotadores con el tiempo, valiéndose por sí mismos.
Compra una piscina inflable o que se pueda montar/desmontar
Muchos de nosotros nos criamos con una de estas piscinas, en las cuales nuestros padres la inflaban o armaban, y simplemente la comenzaban a llenar de agua.
Parece una tontería, pero con estas piscinas, uno mismo puede controlar el nivel de agua al llenarlas. Esto significa, que para ayudar a nuestros niños, podemos ir acostumbrándoles de forma progresiva a niveles mayores de agua.
Con esto, la experiencia se torna más familiar, agradable, y mucho mejor de procesar para ellos.

 Ventajas de no temer al agua

La mayor ventaja que pueden obtener los niños por habituarse al agua, es que es un nuevo ambiente para ellos, en el que pueden jugar, y experimentar otras cosas.
A largo plazo, es posible que algunos quieran tomar clases para aprender a nadar, o que dediquen sus vidas a una profesión que involucre meterse al agua.
Por otro lado, habremos ayudado a descubrir nuevas cualidades, que quizá,  ninguno haya tenido idea de que las poseían. Como una especie de afinidad por lo acuático, por decir algo.

 Desventajas de perder el miedo a nadar

Realmente, no existe una desventaja como tal. Salvo que de ninguna manera, ni con todos los esfuerzos realizados, se haya podido alejar el temor del niño.
Más allá de eso, solo queda respetar ciertos límites, para que no se ahoguen, o tengan una mala experiencia. Puesto que, en cualquier momento, puede presentarse una situación desagradable, lamentablemente.
Para terminar, debemos tener en cuenta, que nosotros alguna vez tuvimos esa edad, donde no sabíamos nadar y éramos temerosos. Por eso, se debe ser empático, y tener paciencia.

Es necesario que ellos aprendan a quitarse el miedo al agua ya que, algún día, ellos también les tocarán hacer lo mismo con sus hijos. O quién sabe, enfrentar una situación en la que requieran salvar a alguien de ahogarse.

Quen educa aos nosos fillos e fillas?


Catro consellos e dez preguntas para ensinar ao teu fillo a distinguir entre necesidade e capricho.


Autoría: Elena Roger Gamir (pedagoga)
Republicado con autorización de: http://www.solohijos.com/

“Lo quiero” o “lo necesito” son las palabras preferidas de nuestros hijos. A los cuatro años y a los diecisiete. Tienen un talento especial para convertir la compra de unos pantalones de marca en una urgente necesidad o la tableta de chocolate en un asunto de vida o muerte. Creemos que son caprichosos cuando en realidad no les hemos enseñado a distinguir entre lo necesario y lo prescindible.
¿Por qué es tan importante enseñarles desde pequeños a distinguir entre necesidad y capricho?
Enseñar a nuestros hijos a distinguir lo verdaderamente necesario de lo accesorio no es solo un tema educativo. Ni siquiera solo un tema ético o de valores. También es un tema cognitivo, intensamente entrelazado con la capacidad de regular el propio comportamiento o la planificación y logro de objetivos.
Deben tener la capacidad de diferenciar entre datos relevantes y no relevantes, interiorizar su propio comportamiento, uso de razonamiento lógico, pensamiento hipotético, categorización, comunicación descentralizada, conducta controlada…una gran cantidad de habilidades cognitivas que les ayudan a posponer la gratificación inmediata y poder tomar una decisión basada en la reflexión y no en la reactividad y las apetencias.
Es importante porque aprenden a:
  1. Prescindir (tarde o temprano tendrán que prescindir de cosas, incluso personas, mascotas, hábitos…)
  2. Regular su comportamiento
  3. Planificar para lograr objetivos
  4. Distinguir características relevantes de las que no lo son
  5. Aplazar recompensas
  6. Manejar la frustración
  7. Valorar lo que tienen
  8. Entender la relación entre trabajar/ganar dinero y gastarlo (ya sea de sus padres o de ellos mismos)
  9. Priorizar necesidades

Ante un capricho, ¡pregunta!
Una vez que tu hijo entiende la diferencia entre capricho y necesidad, puedes mediar con él haciendo preguntas clave que le ayuden a reflexionar sobre la característica de esa necesidad.
Adapta las preguntas a la edad madurativa de tu 
hijo y elige el momento porque en mitad de una rabieta o desafío será difícil que las escuche.
1.     ¿Crees que esto lo necesitas o es un capricho?
2.     ¿Por qué lo crees?
3.     ¿Por qué lo quieres?
4.     ¿Qué ocurriría si no pudieras tenerlo?
5.     ¿Cómo afectaría esto a tu vida?
6.     ¿Afectaría a más personas?
7.     ¿Qué es lo peor que podría ocurrir si no lo consiguieras? ¿Eso es tan importante?
8.     ¿Cómo te sentirías?
9.     Si no pudieras tenerlo ahora, ¿crees que lo seguirías queriendo dentro de tres meses?
10.   Entonces, dentro de tres meses, ¿sería necesidad o capricho?

¿Cómo enseñarles a diferenciar entre el capricho y la necesidad?
1.     Cada vez que tus hijos quieran algo que consideres que es un capricho, diles que lo escriban en una lista de “Cosas que quiero y no puedo tener ahora”: Esto puede esperar un poquito más; escríbelo en tu lista y cuando tengas dinero ahorrado, cuando sea tu cumpleaños, Navidad…volveremos a leerlo y compraremos el que más ilusión te haga. Lo más seguro es que con el paso del tiempo esa necesidad disminuya y llegado el momento ya no lo quieran. Es entonces el mejor momento para hablar con ellos sobre la diferencia entre necesidad y capricho.
2.     Explícale, adaptado a su edad, la diferencia entre capricho y necesidad. La comida es una necesidad porque no podemos vivir sin ella sin embargo ese juego de ordenador puede hacerte mucha ilusión pero no es necesario para vivir. Haz dos listas con tu hijo de las cosas que él considera necesidad y capricho. Hazle preguntas para que el mismo reflexione y, con el criterio anterior, las recoloque en la lista adecuada: ¿En qué lista colocamos tres sudaderas? ¿Y el pastelito de la mañana? ¿Qué opinas de tener un hogar? ¿Y el cariño de los abuelos? ¿Están al mismo nivel?
3.     Dale ejemplo. Explícale que hacer la lista de la compra, no solo te ayuda a que no se te olvide nada sino sobre todo como guía para no comprar cosas prescindibles. Mejor si haces la lista de la compra con tu hijo: Mañana es tu cumpleaños y haremos un pastel. ¿Crees que los huevos son un capricho o una necesidad? Solo tenemos dinero para una cosa más, ¿qué crees que es más necesario, la harina o unas aceitunas?… Le enseñas planificación, autocontrol y prioridades.

4.     En cuanto tengan la edad y la responsabilidad de manejar el dinero, ayúdales a que se lo ganen con algún trabajo extra. Con su dinero es más fácil enseñarles esta diferencia.
Proporciónale tres pequeñas cajas para repartir su dinero: COMPARTIR, AHORRAR y GASTAR. De manera muy visual, comenzará a distinguir entre la necesidad y el capricho, estableciendo prioridades: mayor carga económica en la caja de ahorro y diferentes porcentajes para el resto de las cajas, teniendo en cuenta también las necesidades de los demás.

Que fago se atopo un porro no cuarto do meu fillo?

Autoría: Carlos Pajuelo
Republicado con autorización del autor.


Encontrarse un porro en la habitación de tu hijo no es una tragedia, pero tampoco es una tontería. Encontrarse un porro solo es un aviso de que hay que seguir educando. Es normal que padres y madres cuando realizan este descubrimiento o bien se alarmen de manera exagerada, “mañana mismo vas a hacerte un análisis de sangre”; “¡ya lo que te faltaba, drogadicto!”;  “vas a cargarte a la familia”;  “eres un inútil”, etc; o bien, le quiten importancia, “no pasa nada”, “son cosa de adolescentes”, “ya se pasará”.
¿Cómo actuar? 
1.- CALMA y para calmarse hay que controlar lo que pensamos, no puedes hablar con tu hijo o con tu hija desbordado por el miedo.  Lo que tienes que decirle lo tienes que decir con tranquilidad, con firmeza, con seguridad y sin miedo. Así que hasta que no estés calmado no digas nada.
2.-  INFÓRMATE. ¿Cómo vas a hablar de drogas con tus hijos si tú no tienes información veraz, auténtica, fiable? La información te ayudará a actuar de manera más racional.  (https://www.fad.es)
3.-  HABLAR, pero hablad los padres, decidle cual es vuestra opinión respecto al consumo, cuidando de no decir nada que le haga creer que si es de forma esporádica cuenta con vuestra aprobación, pero cuidando igualmente de no hacer un drama que le lleve a los hijos a decir “¡qué exagerados sois!” y no tengan en cuenta nuestras propuestas. Hablar con adolescentes no es tarea sencilla y menos de temas que ellos quieren esquivar. La información que hay que trasmitir es que en la adolescencia las drogas, al igual que el alcohol, el tabaco y resto de adiciones son potencialmente más peligrosas porque actúan sobre un cerebro en formación, sobre una personalidad en construcción. Los padres podemos entender el comportamiento de nuestros hijos pero eso no significa estar de acuerdo, así que nuestro mensaje debe ser siempre, Drogas No.
4.- ESCUCHAD qué dicen vuestros hijos e intentad entender qué es lo que dicen. Es muy probable que le quiten importancia, que os digan que lo hacen todos, que os digan que son beneficiosas, o que les ayudan a resolver sus problemas. El papel de los padres es ayudarlos a que vayan desarrollando un pensamiento crítico que les haga capaces de tomar sus propias decisiones y preservar su salud, por esta razón, utilizad lo que ellos dicen  para buscar otras alternativas, por ejemplo, cuando digan “es que lo hacemos todos” ponerles en contradicción “¿Porque lo hagan todos, es bueno?”;  “¿Cuáles son los beneficios de “colocarse”?; ¿Si tienes problemas, no crees que hay otra manera de afrontarlos?, ¿Necesitas ayuda?, ¿sabes que puedes contar con nosotros siempre?
5.- GUIAR Y SUPERVISAR, esta es la tarea de los padres y madres y más aún cuando el comportamiento de nuestros hijos nos preocupa. Pero para guiar y supervisar hay que controlar el miedo, hay que estar convencido del valor de educar y hay que persistir día a día en esta tarea.  Estad atentos al comportamiento de los hijos no es estar “obsesionado”, es sencillamente hacerles notar que nos importan muchísimo y que los padres, a su pesar, vamos a estar siempre presentes en sus vidas porque ellos lo están en las nuestras.
6.- Y no me gustaría terminar este artículo sin dar un “toque” a padres y madres que fuman porros delante de sus hijos. Os recuerdo que los padres sois adultos y tenéis vuestra capacidad de autorregulación, pero los hijos aún no han adquirido esa capacidad y hacen lo que ven.
Son muchos los peligros que acechan las vidas de nuestros hijos y  por esa razón los educamos para que ellos aprendan a preservar su salud. Ánimo y Confianza.

Eloxio á paternidade imperfecta

 Catherine L'Ecuyer

publicado en El País, 14 de febrero 2017

Cuando debatimos sobre estilos parentales, tendemos a polarizar el discurso, echando mano de caricaturas como las del cruel padre “tigre”, del obsesivo “padre helicóptero”, del padre “excesivamente permisivo”, del “pasota”, para nombrar algunos clichés. El padre tigre es autoritario y no duda en despertar a sus vástagos a las 4 de la mañana para hacerles ensayar violín dos horas, antes de lanzarles para una carrera parecida a la de un pequeño ejecutivo estresado. El padre helicóptero no deja que se suban a un árbol o que exploren solos en el bosque, no vaya a ser que se caigan, que se manchen, o que se asusten viendo una ardilla. El padre excesivamente permisivo, se dedica a inculcar a su hijo la idea de que el mundo se ha de comportar como él quiere, en caso contrario la culpa es del mundo cruel e injusto que no entiende y no respeta cómo se siente, y el niño tiene todo el derecho a rebelarse contra la autoridad, que nunca es legítima. El padre pasota es aquel que dedica todas sus energías en colocar a sus hijos en manos de terceros el más largo tiempo posible, mientras pase la infancia, esa etapa que él considera de demasiados dolores de cabeza.
 
¿Con qué estilo te identificas? Seguramente con ninguno. Esos estilos de crianza son, en realidad, caricaturas o etiquetas que nos ayudan a entender por qué algunos extremos pueden hacer daño a los niños. El problema empieza cuando, por ignorancia, usamos esas etiquetas para describir estilos de crianza que contribuyen al BUEN desarrollo del niño. Cuando etiquetamos a padres, asociándoles injustamente con unos u otros de esos estilos de crianza, por sacar algunos elementos fuera de contexto, o por no saber matizar por edad lo que es propio de una etapa o de otra, reprochándonos unos a otros de ejercer una paternidad siempre imperfecta. ¿Ejemplos?
 
Acompañar a un niño ayudándole a tomar buenas decisiones no nos convierte necesariamente en padres permisivos. Poner reglas en casa, como por ejemplo que uno ayude a poner la mesa, o que tenga un horario para practicar el piano, tampoco nos convierte en un padre tigre y autoritario. Impedir que un hijo temerario se suba a un árbol de 60 metros no nos convierte en padre helicóptero. Dejar que un niño de 7 años juegue libremente y sin supervisión en el jardín de casa mientras hacemos otra cosa, no nos convierte en padres permisivos o pasotas. Dar el pecho hasta los 2 años, llevarse al bebé a todas partes y decidir de no escolarizarle hasta los 6 no nos convierte en madre histérica o helicóptero. Exigir que un niño sea honesto, amable y no pegue nunca a sus hermanos no nos convierte en padres crueles y jerárquicos. Y atender a un bebé que llora, o recoger y dar ánimo a un niño que tiene dificultad en el colegio o que es víctima de acoso, no es sobreproteger.
 
Educar no es algo matemático. La vida es más rica que encasillarse en una u otra categoría de estilos de crianza. Lo lógico es que encontremos un poco una mezcla de todo y de más cosas, además de muchas luces y sombras con las que uno mismo intenta luchar y lidiar cada día en el afán de superarse deseando lo mejor para unos hijos para quienes daríamos la vida. No, nadie nos dijo que la educación de nuestros hijos iba a ser fácil, y que íbamos a sufrir tanto por culparnos de todo lo que no sale como estaba previsto. ¡Ay!, esa culpabilidad… En ella está el secreto del éxito de la “industria del consejo empaquetado”. Sí, sí, gente a la que se les paga por decirnos exactamente lo que hemos de hacer y lo que no, para que nuestros hijos obedezcan, coman, duerman y, sobre todo, que utilicen la tecnología de forma perfectamente responsable. Lo llaman “manual definitivo de la crianza”, como si la crianza fuese un método rígido, algo cerrado a la libertad del educado. Pues no. Mala noticia para los padres tigres, autoritarios o “que lo saben todo”. Pues que se esperen a ver el rebote. No existen padres perfectos, y si nos dicen que existen, yo sospecharía de ellos, porque si nunca se equivocan, entonces nunca rectifican. Entonces que se preparen para tener niños peligrosamente soberbios, lo que es un signo claro de que sus padres no eran perfectos educadores. El manual perfecto de crianza tampoco existe, y por una razón bien sencilla: las personas que escriben esos libros no conocen a nuestros hijos. ¿De verdad que para educar a alguien hay que conocerle? La pregunta puede parecernos surrealista, pero no lo es tanto, en un modelo educativo cada vez más digital. La educación verdadera empieza, por un lado, con el conocimiento que tiene un padre de su hijo y, por otro lado, por esa sensibilidad parental, que se desarrolla a base de estarse tiempo con él. Mala noticia para el padre pasota.
 
Los consejos genéricos que no toman en consideración la edad y las circunstancias del niño no sirven. Por ejemplo, antes de los dos años, una exigencia mal entendida puede interferir con el vínculo de apego, tan necesario para el buen desarrollo de la persona. Después de los 3 años, los padres deberían empezar a exigir gradualmente, en virtud del vínculo de apego, que es la base para la confianza, y ésta es la base para la autoridad. Cuando pretendemos solucionar los problemas a base de consejos “para todos”, sin entender a los niños en general y en particular, nos perdemos en la mecánica y nos olvidamos del fin de la educación. En definitiva, todo iría bastante mejor si nos olvidáramos del “cómo”, del “qué” o de las etiquetas, y empezáramos a preguntarnos por el “por qué” y el “para qué” de la educación. Educar no es conseguir un niño a la carta o un pequeño Einstein. El niño no es un trofeo deseado y pre-diseñado para cumplir con los dulces sueños imaginados de una paternidad o de una maternidad idílica y utópica. Si fuera así, claro que no tardaríamos en arrepentirnos. Dejémonos de utopías y de dar vueltas como los helicópteros. Educar es ser jardinero. Eso no quiere decir que no haya que podar, quitar algunas malas hierbas de vez en cuando y velar para que no se acerquen demasiado los caracoles de las tiernas hojas… Y no quiere decir que no nos vayamos a equivocar jamás podando demasiado o no suficientemente. Es curioso, porque a pesar de la imperfección del jardinero, las hojas siguen creciendo, como el bosque vuelve a explotar en la primavera después de la helada. Educar es ayudar a otro ser libre a desear lo bello, creciendo todo lo que permite su naturaleza, hacia arriba.
 
Tener un hijo, es una apuesta tan grande como es la libertad del que traemos al mundo. Es dejar entrar en tu corazón otro ser libre, que puede inundar tu vida de sentido, a la vez que te puede dejar el corazón patas arriba, o dejártelo incluso deshecho a pedazos. Y no me refiero a quitarte calidad de vida, que eso, para quien entiende lo que implica la paternidad, francamente es lo de menos. Tener un hijo es uno de los riesgos más maravillosos del mundo. Es la mayor locura que hayamos cometido nunca. Pero nuestra naturaleza es tan curiosamente hecha que volvemos a repetir esa locura, una y otra vez.