Autoría: Carlos Pajuelo
Republicado con autorización do
autor (http://blogs.hoy.es/escuela-de-padres/)
Educar es a veces una tarea
frustrante que hace sentir mal a los que educan.
“Educar es un coñazo, a veces” no
es una frase de Paulo Coelho, ni de Einstein, ni de ningún gurú de la
educación. Esta frase es uno de los descubrimientos que realizamos padres y
madres cuando educamos y que, por lo general, no nos atrevemos a confesar
abiertamente delante de nuestras amistades o familiares. Educar, la tarea de
educar es determinados momentos es cansina, desalentadora, frustrante.
El nacimiento de un hijo es una
noticia que llega a nuestras casas como un acontecimiento cargado de
felicitaciones y parabienes. Los futuros padres y madres leen un montón de
revistas especializadas sobre cuidado del bebé, educación, etc., pero ninguna
revista se llama “¿Vaís a ser padres?, os vaís a enterar.” Justo desde el nacimiento, muchas veces, la
criatura no para de de poner a prueba la competencia, el talento, la paciencia
y la estabilidad emocional de sus padres.
La tarea de ejercer de padres
está sometida constantemente a una evaluación por parte de aquellos que nos
rodean y que, además, no se cortan en señalarnos con el dedo como responsables
de todo lo que nuestro hijo no hace bien.
Educando se viven experiencias
muy positivas pero también se vierten muchas lágrimas, lágrimas a veces de
dolor, a veces lágrimas de impotencia,
lágrimas de rabia y frustración y también lágrimas de pena, de una amarga
pena. Lágrimas que nunca salen en el Facebook. No, no están en ningún álbum de
fotos y por esta razón hacen creer a padres y madres que sentir este hartazgo
es de personas egoístas, de malos padres.
Yo se lo digo a muchos padres:
“Educar es un coñazo, a veces.” Exige dedicación, mucha dedicación, tiempo,
mucho tiempo en relojes de sólo 24 horas al día. Exige cuidar y controlar,
supervisar y guiar, motivar, animar, acompañar. Educar desgasta, consume,
agota.
Esto es lo que hay, negar la
parte dura, ruda, arisca y agria de la educación de los hijos es una estupenda
manera de negar la realidad y la mejor manera de venirse abajo en los momentos
difíciles, y esen esos momentos difíciles donde hacen más falta los padres y
las madres.
Educar es un coñazo, a veces,
pero siempre es una oportunidad.
Una oportunidad para querer ser
mejor persona, un mejor modelo de conducta.
Una oportunidad para poner en
práctica eso de amar con generosidad.
Una oportunidad para confiar en
ti como padre o madre y de confiar en tus hijos.
Una oportunidad para sentirte
orgulloso de la tarea que ejerces como padre o madre.
Una oportunidad para olvidar el
significado de la palabra rencor.
Una oportunidad para sentirte el
faro más luminoso en mitad de la tormenta, sobre todo con esos hijos
especialistas en generar ciclogénesis explosivas.
Una oportunidad para aprender que
el sufrimiento no es una elección, sino una
pieza más con la que se construye nuestra vida ordinaria.
Una oportunidad para aprender a
tener mesura.
Una oportunidad para ponerse a
buscar dónde guardamos el saco de la paciencia.
Una oportunidad para descubrir el
asombro.
Es verdad, los hijos arrancan
nuestras sonrisas con la misma facilidad que nos arrancan las lágrimas. Los
hijos nos dan la oportunidad de aprender lo que es la intensidad.
Esto es lo que da un hijo, dos
dan el doble, tres el triple y así hasta el infinito.
Te lo digo yo, educar es un
coñazo, a veces, pero es que todas las actividades que requieren pasión para
ser desarrolladas consumen nuestras energías y nuestro tiempo. El tiempo de
educar que se conjuga exclusivamente en tiempo presente: Yo educo.
¿Tú educas?, entonces ya sabes de
qué estamos hablando.