Las niñas y los niños también
tienen su “mejor” amiga, su mejor amigo.
Tenemos un cerebro social, un
cerebro que piensa, siente y actúa teniendo en cuenta a los demás y además es
interaccionando con los demás como desarrollamos nuestra inteligencia, nuestro
lenguaje, nuestra personalidad.
Las personas que nos rodean
juegan un papel importante en nuestra vida, en todas las edades de nuestra
vida. Desde bien temprano sentimos atracción por algunas de esas personas que
nos rodean y a esas personas las llamamos amigos.
Hay niños y niñas que desde bien
pequeños establecen lazos de cariño, de empatía, de bienestar respecto a otros
niños, y establecen fuertes vínculos hacia ellos.
Chema tiene tres años, ha
comenzado su escolarización hace seis meses y en la escuela, esa escuela en la
que muchos se centran sólo en eso de aprender rápido a
“leerescribirsumarrestar”, aprendió que había un niño al que le llama con
nombre y apellido, con el que se le alegraba la vida, aprendió a jugar con él,
estar a su lado, a compartir. Chema le llamaba amigo. Y decir amigo, ver al
amigo, estar con el amigo le hacía sentirse genial.
Chema, los niños en general, solo
saben de convivir con sus compañeros sin más perspectiva de futuro que vivir en
el presente, sin temor a ser influenciados, lo hacen a puro corazón, al más
puro “me encanta estar a tu lado”. Bendita amistad aquella que hace que
disfrutar la proximidad sea lo único importante.
Pero Chema se ha encontrado, de
repente, pues de repente es como nos solemos topar con la vida, que su amigo se
ha ido a vivir a otra ciudad. Y está enfadado, enfadado en el colegio, enfadado
en casa y pregunta que dónde está su amigo.
¿Están preparados nuestros hijos
e hijas para decir adiós a un amigo?
Pues la verdad es que creo que no. Es un “palo” que de pronto tu mejor amigo se
vaya a vivir a otra ciudad y de la noche a la mañana te veas privado de su
compañía en la escuela.
“Ya se le pasará”, decimos los
adultos, quitándole importancia a su malestar. Pues claro que se le pasará,
pero lo roto está ahí. Los rotos de la infancia, los rotos de la niñez si no se
tienen en cuenta, si no se les ayuda a los niños a “coserlos” pueden construir
adultos descosidos. Chema tan solo
necesita ayuda de los adultos para encajar este malestar, este dolor, esta
forma en que la vida le arranca de cuajo un amigo.
¿Qué podemos hacer los padres?
Hablad con el hijo o hija, hazle
ver que lo que siente (la rabia, enfado, tristeza, etc.) es normal, no impidas
que sienta lo que siente. No ningunees sus emociones.
Hazle ver que es una suerte tener
amigos, hazle ver que cuando los recordamos nos sentimos bien.
No le des falsas esperanzas, “no
te preocupes, si va a volver”. Es más sencillo, tú estás aquí y él o ella está
allí.
La rabia, la pena necesitan de
tiempo para irlas elaborando, para expresarlas. Entiende la rabia, pero no permitas
que por estar triste crea que tiene derecho a hacer lo que quiera.
Abrázale y no te canses de
decirle que tener amigos, querer a esos amigos, es lo mejor que nos puede
pasar. Pero que por muchas circunstancias de la vida hay amigos a los que hay
que dejar marchar.
Hay lecciones de vida que se
aprenden con lágrimas en los ojos porque cuando un amigo se va se sufre, pero
lo que un amigo siembra en un corazón se queda para siempre. Recuerdáselo.