Autoría: Elena Roger Gamir (Pedagoga)
Es habitual encontrar a niños que no son capaces de definir
el problema que tienen. De hecho, creen tener un problema cuando en realidad
tienen otro diferente.
Por ejemplo, recuerdo a una alumna que se quejaba porque su
madre le levantaba cada mañana con gritos y prisas. Ella no entendía por qué.
Se sentía tratada injustamente (¿qué había hecho ello para que su madre nada
más levantarla ya estuviera enfadada con ella?), sentía rencor hacia ella y
celos hacia su hermano al que levantaba con una sonrisa.
Y aparentemente, si este era el problema, tenía razón.
Existía un trato diferencial y eso indigna a cualquiera. Pero en la realidad,
el problema era otro. Mediando con ella, haciéndole preguntas y repasando
hechos pasados, mi alumna valoró su parte de responsabilidad en el comportamiento
de su madre.
Cuando un error se repite hasta la saciedad
Se percató de que a menudo se acostaba muy tarde y dormía
poco. Además, se acostaba pendiente del wassup y no dormía ya como antes de
tener el móvil. Tampoco se organizaba la mochila del día siguiente, algo que
tenía que hacer cuando su madre la despertaba y ella, cansada por dormir poco y
con mala calidad, no era capaz de levantarse. Ni a la primera, ni a la segunda
ni a la tercera.
Evidentemente, no tenía apenas tiempo de hacer todo lo que
hay que hacer antes de empezar el colegio. Desayunaba poco y mal, y su madre se
volvía a enfadar. Retrasaba a toda la familia.
Resultado: su madre ya la despertaba enfadada porque
vaticinaba el desastre que día a día se repetía a la hora de ir al colegio. Todo
eran prisas, castigos y recriminaciones.
Con su hermano era distinto el trato pues él sabía
planificarse y evitar el caos temporal y espacial que sufría ella cada
despertar, por lo que la comunicación y el trato con su madre eran diferentes.
¿Cómo va una persona a solucionar un problema si no sabe
identificarlo? ¿Si traslada la responsabilidad de sus actos a terceras
personas? ¿Si no es capaz de encontrar el errores y subsanarlos?
La respuesta está en el desarrollo cognitivo.
Nuestro comportamiento está determinado por nuestro
pensamiento y éste se rige por diferentes operaciones mentales, de mayor o
menor complejidad: análisis, síntesis, clasificación, identificación,
razonamiento transitivo, representación mental…
Estas operaciones mentales, en mayor o menor medida, son
observables.
Pero evidentemente, no todos las utilizamos de la misma
forma. Ante un mismo estimulo o situación, actuamos de diferente manera
dependiendo de nuestras características personales, de nuestros talentos,
emociones y sobre todo, nuestras capacidades cognitivas.
Estas funciones cognitivas, que ya no son observables sino
de características psicológicas, son los prerrequisitos del pensamiento, de las
operaciones mentales. La eficacia de las operaciones mentales depende en mucha
medida de la presencia y funcionamiento de estas funciones cognitivas.
En pocas palabras: nuestro comportamiento depende del buen
funcionamiento de nuestras funciones cognitivas.
Volviendo al caso de mi alumna, posiblemente ese problema
crónico, que no conseguía resolver por más que lo intentaba, vendría
determinado por algunas funciones cognitivas deficientes:
- No tenía bien definida la capacidad de percibir el problema de forma clara y precisa.
- Imprecisión e inexactitud al recopilar la información.
- Dificultad para distinguir los datos relevantes de los irrelevantes.
- Estrechez del campo mental.
- Percepción episódica de la realidad
- Dificultad para trazar hipótesis.
- Dificultad en la conducta sumativa.
El arte de hacer preguntas
¿Cómo ayudar a identificar el problema y por lo tanto a
buscar la solución? ¿Cómo ayudar a desarrollar las funciones cognitivas
deficitarias?
Una de las maneras que existen para desarrollar no solo las funciones cognitivas, sino para mediar con el objetivo de fomentar el criterio de nuestros hijos y su autoestima es aprendiendo a hacer las preguntas precisas. Esto es mediar con nuestros hijos.
- ¿Cuál crees que es el problema?
- ¿Por qué crees que tu madre te despierta cada día enfadada?
- ¿Por qué está enfada contigo y no con tu hermano?
- ¿Está tu madre tan enfadada cuando es sábado o domingo?
- ¿Cómo reaccionas tú cuando te grita?
- ¿Qué sientes? Y ella, ¿cómo crees que se siente cuando se levanta de la cama y se dirige a tu cuarto para despertarte? ¿Qué crees que piensa en ese momento?
- ¿Qué motivos te da ella cuando te explica su enfado?
- ¿Crees que puede estar enfadada por algo que hubieras hecho o dicho previamente? ¿Y el día anterior?
- ¿Crees que puedes hacer algo para que tu madre te despierte de la misma manera que despierta a tu hermano?
- ¿Se enfadaría igual si te levantaras a la primera?
- Si no haces nada para cambiar esta situación, ¿crees que se arreglará el problema?
- ¿Cómo te sentirías si pudieras cambiar tu manera de despertarte? ¿Cómo te gustaría hacerlo?
- ¿Por qué crees que no tienes fuerzas para levantarte por la mañana? Propón soluciones para no acostarte tan tarde.
- ¿Qué crees que ocurriría si te acostaras apagando el móvil? ¿Cómo afectaría eso a tu relación con los demás? ¿Arreglaría en algo la situación con tu madre?, etc…
Haciendo preguntas talmúdicas, esta niña es capaz de definir con precisión el problema, descubrir el patrón de actuación que está causándole dicho problema y entender la postura de su madre y la relación con su comportamiento. En ese momento está preparada para buscar la mejor estrategia y entonces tomar una buena decisión. ¡Está adquiriendo una inteligencia flexible!
Esto es desarrollo cognitivo basado en la mediación. Y en la
emoción y significado. Hay mediadores natos, que ni siquiera saben que lo son.
Y otros que necesitan formación y entrenamiento. Si este es tu caso, busca los
recursos a tu alcance para aprender a mediar (libros, talleres…) porque no hay
método más eficaz, eficiente y respetuoso de intervenir en la educación de
nuestros hijos.