Republicado con autorización de: http://www.mamapsicologainfantil.com
Autoría: Sara Tarrés
Leyendo uno de esos libros que suelo leer para nutrir mi mente y mi
conocimiento, me he encontrado con una frase que me ha hecho reflexionar. La
frase es la siguiente “El caso es que las madres de ahora se sienten
enormemente culpables” y el libro es Creciendo juntos del famoso pediatra
Carlos González. Pues sí, en esta ocasión coincido. Las madres tenemos una
eterna sensación de culpa que parece acompañarnos de por vida. Y la cuestión es
¿cómo nos libramos de ella?
¿Por qué nos sentimos culpables
las madres? ¿De dónde procede esa culpa?
Culpa por lo que hacemos y por lo
que no hacemos. Por exigir poco o quizás mucho, por reñir, castigar y tal vez
gritar más de lo que debemos. Culpa por no poder dar el pecho, por no estar
tantas horas al lado de nuestros bebés como desearíamos. Por llevarles en
brazos o por no hacerlo. Por dormir con ellos o por dejarles solos en una cuna.
Culpa por trabajar fuera de casa o por dejarlo todo y cuidar de nuestros hijos,
por tener que elegir entre nuestro desarrollo profesional o estar al cuidado de
nuestros pequeños durante sus primeros años de vida. Por no poder conciliar
nuestra vida profesional con la familiar…
Nos sentimos culpables por no
poder proteger a nuestros hijos cuando les dejamos al cuidado de terceros, llámense
abuelos, canguros o escuelas infantiles. Nos sentimos culpables de sus caídas y
heridas, de sus llantos y lamentos, de sus errores y fracasos. Culpables de no
saber educarles tan bien como quisiéramos o habíamos soñado. Culpables. Sí,
culpables sólo por ser madres y pretender educar y criar a nuestros hijos lo
mejor que podemos y sabemos.
Y esa culpa se acumula con un
peso enorme sobre nuestras espaldas, una culpa que en muchas ocasiones nos
impide conciliar el sueño o nos desvela a mitad de la noche. Y esa culpa que
tanto nos angustia nos impide ver todo cuanto hacemos bien y lo buenas madres
que somos a pesar de todas nuestras imperfecciones.
Y creedme, esa eterna sensación
de culpa que acompaña a tantas madres también me persigue a mi más de lo que
quisiera. Así que intento alejarla y dejar de mortificarme porque ciertamente
no hay una única forma de criar, porque ni todos los niños son iguales ni todas
las familias tenemos la misma manera de educar. Pero sé que todas las madres,
al menos todas las que yo conozco, queremos lo mejor para nuestros hijos, así
si seguimos nuestro instinto sabremos qué es lo que debemos hacer y en caso de
equivocarnos siempre tendremos la oportunidad de rectificar.