Republicado con autorización de: http://www.solohijos.com
Autoría: Elena Roger Gamir
Corregir es un arte. Un arte de compasión y empatía, que
nunca incorpora el verbo “juzgar”. Solo se corrige de verdad cuando ante un
comportamiento erróneo, ayudamos a nuestros hijos a detectar por sí mismos el
error e identificar sus necesidades y les animamos a buscas alternativas. Este
es el único procedimiento. No hay más.
Cuando les juzgamos y criticamos desde una situación de
superioridad, sin conectar con las necesidades que les han llevado a obrar así,
solo conseguimos que ellos mismos se critiquen y que juzguen duramente a los
demás, bloqueando la capacidad creativa de resolución de conflictos.
Bruce Perry del Baylor College of Medicine demostró en su
investigación que nuestros hijos construyen durante los primeros 3 años de vida
su capacidad tanto para la empatía como para su tendencia a la estrechez
emocional, en función de la atención que les procuraron sus cuidadores.
Los niños que no vieron satisfechas sus necesidades
emocionales entonces es muy posible que no desarrollen la necesidad de ser sensibles
a las necesidades emocionales de los demás.
Y existe en los seres humanos una necesidad básica: la de no
ser juzgado. La de ser respetado por lo que es, independientemente de lo que
haga.
Todo se aprende…
Ese bebé que nace sin saber juzgar y sin saber criticar,
poco a poco, va aprendiendo al escuchar a sus padres frases como “déjalo, ya lo
hago yo que tú no puedes” (eres un inútil), “¿Cómo es posible que se ponga esos
pantalones?, ¿no se ha mirado en el espejo?”, “Imbécil, a ver si aprendes a
conducir…”, “pobrecito, no puede dar más de sí, tengamos paciencia”, “Soy un
idiota, otra vez me he vuelto a equivocar”, “Yo no me pongo el bañador hasta
que pierda los tres kilos que me sobran” …
Y no solo de sus padres. Estamos rodeados de una sociedad
competitiva, hedonista, muy dura y exigente con las personas. Se critica y se
juzga las notas, el color del pelo, la altura, la talla del pantalón, lo que se
dice, lo que no se dice, la cantidad de amigos, la intimidad… Las pantallas son
los primeros jueces. Las redes sociales son enormes colmenas de juicios y
prejuicios.
El fácil e inconsciente arte de juzgarlo y criticarlo todo
Hoy más que nunca es necesario enseñar a nuestros hijos a
ser compasivos con los juicios con ellos mismos y los demás. Por eso, es
imprescindible desarrollar en ellos el pensamiento crítico. Desarrollar
habilidades cognitivas en ellos les ayuda a no criticar sino a construir
soluciones y opiniones filtradas que tienen en cuenta las necesidades de los
demás.
Una única recomendación. Hazte esta pregunta: si mi hijo
solo me tuviera a mi como modelo, ¿aprendería a hablar sin juicios hacía sí
mismo o hacía los demás?