Republicado con autorización del autor: Carlos Pajuelo
¿Esta es la felicidad que
queremos para nuestros hijos?
Mi amiga Paqui me llamó ayer para
contarme lo agobiada que está con la cantidad de “celebraciones”, organizadas
por los padres de otros niños, a las que han invitado a sus hijos. “Al mayor lo
han invitado a tres cumpleaños, a los que van toda la clase; al mediano, a una
comunión, que ahora son como bodas; y por si no fuera suficiente, el pequeño,
que está en un centro infantil, quieren algunos padres y madres que hagamos una
fiesta de graduación, con payasos y castillos hinchables, vamos, como una
comunión”. Y encima, ¡unos regalos!, viajes a eurodisneis de esos para celebrar
comuniones, viajes a la playa o a la nieve porque el niño ha aprobado el
trimestre, y otros regalazos por el estilo. Esto es una ruina. Luego mis hijos
van a esos fiestorros y me dicen: ¡mamá si vieras que fiesta más bonita!, y no
veas el enfado de ellos cuando les digo que, con unas medias lunas rellenas de
chope y refrescos arreglamos su fiesta de cumpleaños. Carlos, ¿no nos estaremos
pasando un poco con esta tendencia a hipercelebrar todos los actos sociales en
los que participan los niños? ”, me pregunta.

Pues claro que nos estamos
pasando. Y tanta celebración, además de
provocar serios efectos en la economía doméstica, trasmiten a nuestros hijos
algunas creencias que pueden tener perniciosos efectos:
1.- Si se celebra tanto lo
corriente mientras educamos, podemos caer en el peligro de estar perdiendo la
referencia del valor de lo extraordinario.
2.- Creo que este exceso de
“festejos” centrados en lo que los niños hacen (que realmente en la mayoría de
los casos no hacen nada), los sitúa en una posición egocéntrica, y te recuerdo
que los hijos no son el centro de la familia.
3.- Con tanta celebración protagonizada
por nuestros hijos, los colocamos en pedestales y, desde lo alto, se terminan
creyendo merecedores de todo y de manera inmediata. Y cuando nuestros hijos se
dan cuenta que los hemos colocado en un pedestal, pero que tienen los pies de
barro, es posible que se puedan dar un buen tortazo porque el temor a hacerse
responsables de su vida les lleve por caminos de descontrol.
4.- Con tanta hipercelebración
puede parecer que les trasmitimos a nuestros hijos que la “felicidad” es el
objetivo de la vida. Y la felicidad de nuestros hijos no debería ser el
objetivo de la educación. El objetivo es darle herramientas a nuestros hijos
para que se vayan construyendo como personas, y seguro que en ese proceso de
construcción encuentran situaciones, personas, momentos en los que experimenten
eso que llamamos felicidad.
¿Y si ponemos un poco de orden y
festejamos lo corriente de manera cotidiana y ordinaria?
Educar para celebrar la vida es
educar para vivir, para vivir en los días buenos, pero también para vivir en
los malos, en las adversidades.
Nadie celebra cuando se se gradúa
en esfuerzos y fracasos y, sin embargo, los fracasos son una parte importante
tanto del aprendizaje, como de la vida de los seres humanos.
¿Y si hacemos normal lo habitual?