Autoría: Mireia Navarro Vera
Republicado con autorización de: https://www.psicologosantacoloma.es
Seguro que os ha pasado más de una vez que cuando habláis
con vuestro hij@ adolescente parece que habláis idiomas
diferentes. No logramos entendernos y eso cuando conseguimos hablar, porque la
mayoría de veces lo que hay entre ellos y nosotros es un profundo silencio.
Parece que nos separa un abismo, pero realmente no son demasiado distintos a
como éramos nosotros a su edad. La adolescencia siempre ha
sido mal vista. Frases como esta lo demuestran:
Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus
padres, devoran su comida, y les faltan al respeto a sus maestros.
Sócrates (470 AC-399 AC) Filósofo griego.
Siglos más tarde no hemos cambiado mucho de opinión. Pero no
todo es así de simple. Es una etapa difícil, de muchos cambios físicos,
psicológicos y hormonales. Pero es injusto simplificarlo con ese tipo de
frases. Ser adolescente no es fácil y ser su padre lo es todavía menos.
Hay algo que nos puede ayudar a entenderlos y es recordar cuando nosotros
teníamos 15 años, qué sentíamos, cómo vivíamos las cosas, todo era muy
exagerado, lo malo era malísimo y lo bueno era buenísimo, los amigos eran
amiguísimos o eran el peor de los enemigos. No hay términos medios, todo se
vive en los extremos. Entender qué sienten nos acercará más a lo que piensan,
entender esta época de cambios nos acercará más a nuestros hijos.
Pero hoy voy a ir más allá, voy a describir las reglas básicas que debe tener
el idioma que usemos al hablar con nuestros hijos:
1. Evita los sermones
Nos pasamos el día diciendo cómo deben hacer las cosas para
que no cometan los mismos errores que nosotros. Cuando nuestros hijos nos
explican algo de su vida, nuestra primera reacción no puede ser la del
reproche, la del sermón o la de decir qué deberían haber hecho en vez de….
Esto corta toda comunicación con nuestros hijos de raíz. Debemos evitar
soltar siempre un sermón. No pasa nada si cometen algún error. Cuando nos
cuenta algo que ha hecho mal, nuestra primera reacción es el enfado y muchas
veces ya hemos soltado el gran sermón en su segunda frase. Si nos controlamos y
le dejamos hablar, tal vez nos sorprenda su madurez, puede que ya haya
aprendido la lección y por lo tanto no hará falta el sermón. Podemos
preguntarle cómo se siente y cómo ha pensado arreglarlo y ofrecernos por si nos
necesita. Así nos aseguramos que cuando se meta en problemas volverá a contar
con nosotros.
2. Escucha atentamente
Escuchar significa escuchar. Hay un proverbio chino que dice
que tenemos dos orejas y una boca, para escuchar el doble de lo que
hablamos. Cuando nuestro hijo quiere hablar con nosotros es porque lo
necesita en ese momento, no puede esperar. Deberíamos dejar lo que estamos
haciendo y escuchar atentamente lo que nos quiere decir. Así conoceremos bien
lo que le pasa, lo que siente y lo que le preocupa. Muchas veces les
preguntamos esperando sacar toda esta información y raras veces logramos una
respuesta más larga de un monosílabo. Entonces, ¿Por qué dejamos escapar la
oportunidad de escuchar cuándo nos hablan?
3. Explícales tus historias
Tú dile: cuando yo tenía tu edad había un amigo mío de clase
que…..y verás cómo llamas la atención de tu hijo. Más que un sermón vacío, dale
una vivencia tuya, explícale lo que tú hiciste y cómo te sentiste. Háblale de
emociones, se entienden mucho mejor que los sermones.
4. Crea espacios de comunicación
Comer en familia, ir al cine juntos, compartir alguna
afición o acompañarle a alguna actividad extraescolar, son momentos que
propician la comunicación. Si tú disfrutas de este tipo de encuentros en casa,
te será mucho más fácil conversar con tu hijo/a. Si no los tienes, ha llegado
el momento de crearlos!
5. Todo lo que le importa es importante
Cuando nos explican algo que les ha pasado, debemos entender
la importancia que tiene:
María se ha discutido hoy con su mejor amiga y llega
llorando a casa. Su madre, que ya ha visto estas peleas casi cada semana y que
ya sabe que al día siguiente volverán a ser amigas, no le da importancia. Y
María le reprocha:
“Nunca te preocupas por lo que me pasa, siempre me dices que son tonterías y
que mañana volveremos a ser amigas!”
La madre de María, posiblemente tiene razón, pero eso no le sirve a su hija
porque ella está desconsolada y busca el apoyo incondicional de su madre.
Todo lo que es importante para nuestros hijos, importa, aunque sea a ojos de un
adulto, un hecho insignificante. Debemos escucharlos y darles la importancia
que para ellos tiene.
6. No uses gritos
No debemos usar los gritos para imponer las normas
porque provocarán más ira y más rebeldía en el adolescente. Ahora ya pueden
razonar, empiezan a usar la mente como la de un adulto. Debemos explicar las
normas, consensuarlas con ellos e incluso negociarlas.
Si cuando nuestro hijo/a nos cuenta algo que ha hecho mal en el instituto, lo
primero que oye son nuestros gritos y nuestros reproches, conseguiremos dos
cosas: una, que no nos escuche y dos, que no nos vuelva a contar nada.
Un adolescente valora mucho que le traten con respeto y los gritos son la peor
falta de respeto que les podemos mostrar.
7. No compares
No los compares con sus hermanos ni con sus amigos. Cuando
los comparamos les estamos diciendo: “no me gusta cómo eres, los demás
lo hacen mejor”. Esto no motiva, al contrario, genera pocas ganas de
mejorar, porque etiqueta a la persona: eres malo en esto, si eres malo en algo,
el esfuerzo no cabe porque una etiqueta nos dice cómo eres y eso da la
sensación que no se cambia. Pero si tú le dices: “sé que puedes hacerlo mejor”,
le estás diciendo que confías en su capacidad de hacer las cosas bien y esto sí
que mueve al cambio, esto sí que les motiva a sacar la mejor versión de sí
mismos.
8. No interrumpas
Deja que acabe, no te adelantes aunque sepas lo que viene
después de la primera frase. Si no dejas que termine, no se sentirá jamás
escuchado y harás que se sienta constantemente juzgado.
9. No olvides que ya no es un niño
Trátale como un adulto, sobre todo delante de sus
amigos. Evita sermonearle o criticarle delante de la gente. Respeta su espacio
personal y sus opiniones, no quieras siempre imponer las tuyas, quién sabe
quizá tiene razón y debes cambiar tu punto de vista.
Es verdad que en la adolescencia el grupo de iguales es lo
más importante. En la infancia la familia es el eje central de nuestros hijos y
nosotros somos sus héroes. En la adolescencia, ya ven nuestros
defectos, ya no somos sus héroes, ya no les podremos curar una herida a besos y
esto es una pérdida que debemos asumir. Pero no todo está perdido, los
adolescentes siguen necesitando la seguridad del hogar, para ellos es
importante estar bien con la familia y poder contar con ellos y aunque no les
gusten las muestras de cariño en público, recuerda que sí las aceptarán en la
intimidad, así que no dejes de dárselas. Las muestras de afecto son la mejor
comunicación no verbal que les podemos ofrecer a nuestros hijos, pero recuerda
no hacerlo nunca delante de sus amigos.