Falar mal aos fillos do pai ou da nai é maltrato

Publicado con autorización de: Carlos Pajuelo 

Tus hijos sienten, como tú y como yo. Tus hijos viven sus emociones con intensidad. Tus hijos necesitan querer y saberse queridos. No lo olvides.
El sufrimiento invisible es el sufrimiento que nos negamos a ver.  Los divorcios acarrean sufrimiento tanto a los padres como a los hijos, y a veces los adultos estamos tan sumidos en el dolor, tan presos de rabia  que tenemos mucha dificultad para darnos cuenta de que nuestro comportamiento, especialmente el de hablar a los hijos mal del otro progenitor, puede ser la causa de la tristeza de nuestros hijos.

En los últimos años he visto a muchos menores a los que ambos progenitores, o uno de ellos, los someten a una de las situaciones de maltrato más dañina que puede haber: la de hacerlos ser parte de las disputas que se dan entre los adultos, y lo que es peor aún, tener que tomar parte por uno de sus progenitores en las disputas que se dan entre ellos.
Todos los niños necesitan modelos a imitar que guíen su desarrollo , un modelo a seguir, un referente, un faro. Los menores obtienen en la figura paterna y/o materna no solo un modelo a seguir, sino también la mejor manera de establecer vínculos afectivos que les ayudan a desarrollar seguridad emocional. Quiero y me quieren, esa es la mejor vitamina para crecer.
La separación/divorcio de los padres, sobre todo cuando es “tormentosa”, pone a prueba la competencia y el talento de esos padres a la hora de gestionar una situación dolorosa de la manera más generosa posible con los hijos.
Todos los padres ejercemos influencia en nuestros hijos. De eso trata fundamentalmente la tarea de educar, de influir en la conducta de nuestros hijos, de influir en sus valores, normas y actitudes. Esa capacidad de influir en nuestros hijos acarrea  una gran responsabilidad: la de evitar la manipulación.
El desarrollo emocional equilibrado de un hijo requiere que, por parte de los padres, se trasmita que existe una aceptación incondicional del hijo, aceptación incondicional del hijo, pero no de sus conductas que lógicamente necesitan de límites y regulación. Esta aceptación incondicional requiere también que ambos progenitores pongan a salvo, en presencia de sus hijos, la imagen del otro progenitor, y para ello es requisito imprescindible no hacer explícito que los hijos tomen partido, juzguen o evalúen la conducta de sus padres.
Hablar mal a los hijos de uno de sus progenitores es una manera de infligir maltrato a nuestros hijos porque, por un lado les obliga a decantarse por uno u otro, y por otro, le haces sentirse culpable por amarlo.
Nos encontramos pues ante una consecuencia indeseable de las disputas entre adultos, como es la que se puede dar en una separación/divorcio, que es la de dar información a los hijos con la finalidad de que participen, como si de adultos se tratase, en dicha disputa.
Envenenas a tus hijos, aunque tú creas que les estás contando la verdad cuando los predispones contra el otro progenitor.
Una victoria pírrica la de que un hijo menor tome partido por uno de sus progenitores, una absurda manera de intentar hacer daño al otro progenitor cuando al que se le hace daño de verdad, y a veces de forma irreparable, es a los hijos.
Proteger a los hijos debería de ser el objetivo principal de padres y madres en las inevitables disputas en las que están inmersos en un proceso de separación/divorcio. Proteger a los hijos nos obliga a no dañar la imagen que tienen de su padre o de su madre.
Los hijos se hacen mayores. Los hijos ven, los hijos sienten, los hijos saben. Los hijos distinguen lo que es atención, qué es el cuidado, el cariño. Así, inevitablemente, llega un día en el que ellos toman sus decisiones, toman partido.
Mientras llega ese día enséñales que querer y sentirse querido es una estupenda manera de afrontar un divorcio.