Tus
hijos sienten, como tú y como yo. Tus hijos viven sus emociones con
intensidad. Tus
hijos necesitan querer y saberse queridos. No
lo olvides.
El
sufrimiento invisible es el sufrimiento que nos negamos a ver.
Los divorcios acarrean
sufrimiento tanto a los padres como a los hijos, y a veces los
adultos estamos tan sumidos en el dolor, tan presos de rabia
que tenemos mucha dificultad para darnos cuenta de que nuestro
comportamiento, especialmente el de hablar a los hijos mal del otro
progenitor, puede ser la causa de la tristeza de nuestros hijos.
En
los últimos años he visto a muchos menores a los que ambos
progenitores, o uno de ellos, los someten a una de las situaciones de
maltrato más dañina que puede haber: la de hacerlos ser
parte de las disputas que
se dan entre los adultos, y lo que es peor aún, tener
que tomar parte por uno de sus progenitores en las disputas que
se dan entre ellos.
Todos
los niños necesitan modelos a imitar que guíen su desarrollo , un
modelo a seguir, un referente, un faro. Los menores obtienen en la
figura paterna y/o materna no solo un modelo a seguir, sino también
la mejor manera de establecer vínculos afectivos que les ayudan a
desarrollar seguridad emocional. Quiero
y me quieren, esa es la mejor vitamina para crecer.
La
separación/divorcio de los padres, sobre todo cuando es
“tormentosa”, pone a prueba la competencia y el talento de esos
padres a la hora de gestionar una situación dolorosa de la manera
más generosa posible con los hijos.
Todos
los padres ejercemos influencia en nuestros hijos. De
eso trata fundamentalmente la tarea de educar, de influir en la
conducta de nuestros hijos, de influir en sus valores, normas y
actitudes. Esa
capacidad de influir en nuestros hijos acarrea una gran
responsabilidad: la de evitar la manipulación.
El
desarrollo emocional equilibrado de un hijo requiere que, por parte
de los padres, se trasmita que existe una aceptación incondicional
del hijo, aceptación incondicional del hijo, pero no de sus
conductas que lógicamente necesitan de límites y regulación. Esta
aceptación incondicional requiere también que ambos
progenitores pongan a salvo, en presencia de sus hijos, la imagen del
otro progenitor, y para ello es requisito imprescindible no hacer
explícito que los hijos tomen partido, juzguen o evalúen la
conducta de sus padres.
Hablar
mal a los hijos de uno de sus progenitores es una manera de infligir
maltrato a nuestros hijos porque,
por un lado les obliga a decantarse por uno u otro, y por otro, le
haces sentirse culpable por amarlo.
Nos
encontramos pues ante una consecuencia indeseable de las disputas
entre adultos, como es la que se puede dar en una
separación/divorcio, que es la de dar información a los hijos con
la finalidad de que participen, como si de adultos se tratase, en
dicha disputa.
Envenenas
a tus hijos, aunque tú creas que les estás contando la verdad
cuando los predispones contra el otro progenitor.
Una
victoria pírrica la de que un hijo menor tome partido por uno de sus
progenitores, una absurda manera de intentar hacer daño al otro
progenitor cuando al que se le hace daño de verdad, y a veces de
forma irreparable, es a los hijos.
Proteger
a los hijos debería de ser el objetivo principal de
padres y madres en las inevitables disputas en las que están
inmersos en un proceso de separación/divorcio. Proteger a los hijos
nos obliga a no dañar la imagen que tienen de su padre o de su
madre.
Los
hijos se hacen mayores. Los hijos ven, los hijos sienten, los hijos
saben. Los
hijos distinguen lo que es atención, qué es el cuidado, el
cariño. Así,
inevitablemente, llega un día en el que ellos toman sus decisiones,
toman partido.
Mientras
llega ese día enséñales que querer
y sentirse querido es
una estupenda manera de afrontar un divorcio.