Publicado con autorización de: Carlos
Pajuelo
¿Cuántas veces has visto
a tu hijo tomar decisiones, pensadas o a la ligera, que sabes que van
encaminadas al más estrepitoso de los fracasos? Qué difícil es permanecer de
espectador, qué impotencia, qué desesperación, qué desaliento, cuántas lágrimas
cuando sientes que ni por las malas ni por las buenas son tenidas en cuenta tus
consideraciones.
Yo creo que educar a los hijos no es un arte, ni una disciplina, ni
un trabajo. Los que educan no tienen porqué ser artistas, ni expertos en
educación, ni trabajadores sometidos a jornadas de 24 horas al día. Educar
es un compromiso, el compromiso de dar a los hijos las herramientas
necesarias para que se construyan como hombres o mujeres.
No es que tenga una crisis de fe en la tarea de educar, queridos lectores que
seguís mi blog, es que a veces hablo con padres y madres que educan,
que guían, que instruyen entre normas, limites, refuerzos, cariño, paciencia,
comprensión, amor, y sin embargo sus hijos se empeñan en seguir su
propio mapa de ruta, un mapa que a menudo no tiene ni norte, ni carreteras.
Que tu hijo se lance al
mundo con una mochila repleta de ingenuidad como único equipaje, asusta. Que tu
hijo abjure de todas y cada una de tus creencias, de tus consejos, de tus
ayudas, asusta. Que tu hijo corte todo tipo de comunicación, que ignore los
lazos que unen a los padres con sus hijos, que te dejen sin voz al otro lado de
la línea, asusta.
No, no hay educación que evite estas situaciones. No hay padres, ni
madres capaces de abrir los ojos del futuro de sus hijos cuando éstos no ven
aquello que no quieren ver.
Hay hijos que se empeñan en tomar sus propias decisiones y muchas veces
aciertan, pero a veces se equivocan. Sí, es verdad, es su vida. Pero es
que las vidas de los hijos, a veces, hacen trizas las vidas de sus
padres.
Esto es lo que podemos hacer los padres y madres cuando nuestros
hijos se empeñan en tomar decisiones equivocadas:
1.- Es primordial controlar el miedo, porque el miedo sólo
sirve para ponernos en la peor de las situaciones (drogas, alcohol, vida
desordenada) y así asustados vivimos prisioneros de nuestro propio miedo.
2.- Controlar la rabia, porque la rabia que da creer que
los hijos “echan su vida por la borda” te puede hacer actuar cegado,
irritado. Y eso no te ayuda a ti ni a tus hijos. En estos casos los hijos
necesitan ver a padres seguros, firmes y confiados.
3.- Habla. No te quedes callado, no ruegues, simplemente di
lo que tú crees, lo que tú piensas, lo que tú sientes. Dile que lo que
tú quieres es que encuentre su camino, que él sea el protagonista de su vida.
Que la elección del tipo de vida que quiera tener es suya. Pero que para tomar
ese tipo de decisión no es el mejor momento cuando uno se encuentra perdido.
4.- Y por último y sobretodo, deja la puerta de casa abierta, la
luz encendida, su plato favorito en la nevera y confía en tu hijo siempre.
Mientras confiamos hay que seguir viviendo. Esto es lo más difícil, vivir
con agujeros.