Publicado con autorización de: Carlos Pajuelo
Hoy quisiera hablar de los padres insaciables, de
los padres que sólo valoran el rendimiento ya sea académico,
ya sea deportivo, ya sea intelectual de sus hijos. No es que los hijos
tengan que ser buenos, es que tienen que ser los mejores. A la voz de “¡Porque
tú eres de sobresaliente!”, hacen sentir a sus hijos la más áspera
sensación de inutilidad. No valoran el esfuerzo, lo que tiene valor
es el rendimiento, el resultado. El mejor de los resultados, porque tú
eres de sobresaliente.
Yo no soy un padre de sobresaliente, a lo mejor por eso no
entiendo a los padres que educan hijos como si fueran un producto
bursátil, educar para obtener el máximo rendimiento.
Padres que hacen de la infancia, adolescencia y juventud de
sus hijos una exigente academia preparatoria como medio de alcanzar el éxito
futuro. Hijo, tú eres de sobresaliente.
Estos padres entienden el futuro como territorio del éxito.
Los padres que educan con sus ojos puestos en el futuro, porque el futuro
es el imperio de los más capaces. Los padres que viven el presente como
un mero trámite que hay que pasar para llegar al futuro.
Padres sembradores en sus hijos de sentimientos de
omnipotencia, “tú eres el mejor”.
Padres que trasmiten la idea de que los demás son rivales a los
que hay que vencer. Comes o te comen.
Padres hipercríticos con el resto de padres a los
que llaman blandengues, hipercríticos con el sistema educativo, con
el profesorado, con los amigos de sus hijos. Los padres que hablan con
verdades absolutas, con la seguridad que da saberse poseedor de la razón. Porque,
hijo, tú eres de sobresaliente.
Padres que solo muestran agrado cuando se alcanza el éxito. Si te has quedado
a las puertas del éxito no te alientan, te recriminan, te hacen notar que si
no has tenido éxito simplemente es porque no has hecho lo
suficiente. Porque, hijo, tu eres de sobresaliente.
Mientras estos padres andan ufanos en la excelencia de su modelo
educativo, sus hijos intentando satisfacer las expectativas de sus padres
se lanzan a la frustrante carrera de ser el mejor.
Hijos que han sido educados en el todo o nada. En o blanco o
negro. Hijos aprendices de que no vale nada ser hijo, sino eres el
mejor hijo. Hijos con temor a no saber ser los mejores hijos para
esos padres tan sobresalientes.
Mientras tanto en muchas casas padres y madres están esperando las
notas pensando al más puro estebanismo ilustrado, “pues yo por un cinco
ma-to.”