Republicado
con autorización de: http://www.solohijos.com
Autoría:
Carlos Goñi y Pilar Guembe (Autores del libro Educar entre dos)
¿Para
qué sirve quejarse?
La
verdad es que nos quejamos demasiado y conste que esto no es una queja.
Gastamos demasiada energía en lamentos, reproches y protestas porque nos parece
que de esa forma quedamos justificados.
Pero
el derecho a la pataleta sirve, como mucho, para desahogarnos, aunque no
consigue otra cosa que gastar energía en algo totalmente inútil.
La
queja, esa que articulamos de manera automática porque hace calor o hace frío,
porque brilla el sol o llueve (los italianos exclaman: “Piove, porco
governo!”), porque tenemos que ir o venir, porque el sistema va lento o se nos
ha acabado la batería del móvil, porque es lunes o es martes, porque llega tarde
algún tren o alguien ha llegado demasiado pronto, etc., etc., esa queja, que se
nos ha pegado como una muletilla, tiene todos los ingredientes para ponernos de
mal humor, para agriar nuestro carácter y para hacernos, en fin, desdichados.
¿Y
si no nos quejáramos tanto? ¿Qué pasaría?
Probablemente
no nos reconoceríamos a nosotros mismos.
¿Y
qué más? Eso quiso saber la batería del grupo americano de rock alternativo
Black Rebel Motorcycle Club (BRMC), Leah Shapiro, quien junto a mil personas
más se comprometieron a estar un mes entero sin quejarse.
El
proyecto de control de quejas (Complaint Restraint Project) dio resultado: las
personas que lograron desterrar las quejas echaron fuera de su mente los
pensamientos negativos, con lo que, afirman, fueron más felices.
Estar
un mes sin quejarse, aunque sea febrero (durante el que se hizo el
experimento), no es nada fácil, porque sin darnos cuenta hemos hecho de la
queja un hábito fuertemente arraigado que nos aporta algunos beneficios, como
mantenernos en guardia ante las amenazas, pero que también nos puede pasar
cuenta con un excesivo estrés.
El
quejarse tiene un efecto semejante al de un cigarrillo para el fumador: parece
que le tranquiliza porque parte de un estado de estrés generado por el mismo
hecho de fumar o de quejarse.
¿Eres
consciente de tus propias quejas?
Probemos,
no un mes, sino un solo día sin quejarnos y nos daremos cuenta, en primer
lugar, de lo difícil que es, y después de los beneficios que comporta.
Quizá
lo primero que notemos sea que no hay conversación que no se sostenga a base de
quejas y más quejas, casi todas totalmente inocuas y estructurales, pero que
contaminan el ambiente y que nos hacen ser quejicas pasivos, como somos
fumadores pasivos si compartimos habitación con quien fuma.
Consejos
para quejarse menos
Los
creadores del proyecto de control de quejas propusieron algunas acciones para
poder estar un mes sin quejarse, recomendaciones que podríamos poner en
práctica:
Definir
queja. No es una observación sobre la realidad (“hace frío”), sino un
comentario que nos hace sentirnos superados por esa realidad que no podemos
cambiar (“odio el frío, no se puede salir de casa”). Es bueno que enseñemos a
nuestros hijos a hacer esta diferencia.
Hacer
un listado de las cosas de las que nos quejamos y la frecuencia con que lo
hacemos. Así seremos conscientes de si somos unos quejicas o no. Si lo somos,
no nos extrañe que nuestros hijos se quejen.
Huir
de los quejicas. La queja es un tóxico. Evitemos a las personas que están todo
el día quejándose, de lo contrario acabaremos siendo, como mínimo, quejicas
pasivos.
Traduzcamos
las quejas en soluciones. Si hace frío, abriguémonos más. Enseñemos a usar las
quejas efectivas, es decir, que cada queja vaya acompañada de una solución.
Usemos
el “pero” positivo. Si no podemos evitar quejarnos, si se nos escapa una queja,
añadamos enseguida un “pero” que neutralice lo negativo. “Odio la lentejas,
pero tienen mucho hierro”.
Cambiemos
el “tengo que” por el “voy a”. En vez de “tengo que sacar la basura”, “voy a sacar
la basura”; en vez de “tengo que hacer los deberes”, “voy a hacer los deberes”.
De ese modo, eliminamos una obligación y la transformamos en disposición para
la acción.
Leah
Shapiro consiguió estar un mes sin quejarse. Según confiesa, valió la pena: aumentó
su productividad y fue más feliz.
¿Seríamos capaces de estar un mes sin
quejarnos?