Republicado con autorización del
autor: Carlos Pajuelo
En esta entretenida tarea que es
la de educar hijos e hijas algunas madres y padres se encuentran, de repente,
con que sus criaturas que antes les profesaban algo parecido a la adoración
pasan a mostrarles una especie de inquina, mezcla de desesperación, manía,
desprecio, hastío que se manifiesta con frases del tipo: “no te soporto”, “eres
odiosa”, deja de fastidiarme la vida” acompañadas de destierro, se van a su
cuarto y te castigan con el látigo de la indiferencia.
Triste y sola se queda la madre y
el padre, preguntándose qué hemos hecho para merecernos esto. Por qué nuestras
criaturas que hasta hace nada nos decían papito bonito, mamita guapa, nos han
convertido en una mezcla de Ángela Channing, Cruella de Vil, el Jocker, Darth
Vader, Maléfica y ni nuestra presencia soportan.
¿Sabes por qué te has vuelto, a
sus ojos, tan odiosa o tan odioso?
Porque le estás marcando límites.
Porque las normas siguen siendo
válidas y eso molesta a los que las incumplen.
Porque les dices que fumar-beber
es malo por mucho que ellos te lo quieran justificar como si el tabaco-alcohol
fuera una aspirina.
Porque a veces no se aguantan y
les molesta hasta que les digas buenos días.
Porque les recuerdas que no están
haciendo lo que tenían que hacer (y no me refiero solo a estudiar).
Porque, a veces, realmente eres
muy pesada o muy pesado.
Porque lo que para ti es
protección ellos lo interpretan como asfixia.
Porque los padres y madres de los
demás, como no les dicen nada a ellos, son un encanto.
Sí, un día te convertirás en un
ser odioso a los ojos de quién más quieres. Pero espabila, ¿qué quieres que te
digan, olé mi madre, olé mi padre, gracias por guiar mis pasos y mi vida?
No educamos para que nos hagan la
ola. No educamos para ser unos padres guays. No educamos para tener hijos
modélicos. Educamos porque alguien tiene que mostrar el camino a nuestros hijos
y a menudo nuestros hijos se ven tentados por los atajos.
Así que cuando te digan
odiosa-odioso, malvado-malvada, amargada-amargado y se encierren en su
habitación, tú solo contesta, con cariño: “pues yo te quiero”.
Te recuerdo que el adolescente no
eres tú. Así que no te pongas en plan dramático y a seguir educando.