Publicado en El País, con fecha 16 de febrero de 2018
Autoría: OLGA
CARMONA
No criamos a nuestros niños para vivir en una isla desierta,
sino para formar parte de la sociedad (su sociedad) cuando sean adultos
Las noticias hablan por sí solas.
Supuestamente un niño de 9 años
sufre una agresión sexual en su colegio, otros dos menores de 12 y 14 años.
Niños que violan niños. (El País, 10 Febrero 2018.)
Detenidos tres menores por herir
de gravedad a otro al pegarle y tirarle por unas escaleras. (El País, 27 de
Noviembre 2017.)
El menor de 14 años que mató a su
hermano de 19 de una puñalada en el barrio de la Florida, hacen preguntarse si
la violencia ejercida por niños y adolescentes en el hogar es un fenómeno en
aumento y a qué se debe.(Diario Información Alicante, 11 de Febrero 2018).
El número de menores atendidas
por violencia de género sube un 50%.( (El País, 28 de Agosto de 2017)
Existe una idea muy arraigada
acerca de que la educación de los hijos es un asunto privado, que solo
concierne a los padres, olvidando casi siempre que no les educamos para vivir
en una isla desierta, sino para ser quienes tendrán la inevitable
responsabilidad de formar la sociedad (su sociedad) cuando sean adultos.
Educar es un compromiso para con
nuestros hijos en primer lugar. Un proceso en el que debemos acompañar, estimular y guiar sus aprendizajes
de forma que lleguen a convertirse en la mejor versión de sí mismos. Y, en
segundo lugar, para contribuir a formar parte de una sociedad más humana, más
ética y más constructiva.
En un mundo irremediablemente
egocéntrico, educado en criterios competitivos en vez de cooperativos, donde el
hedonismo y el acaparatismo ocupan los primeros puestos en la escala de valores
colectiva, se nos olvida o no queremos asumir que no basta con transmitir lo
que tengo codificado por genética o por aprendizaje, sino que es imprescindible
hacer un ejercicio de consciencia, de autocrítica, de revisión y de reeducación
constante.
Cuando un niño o niña tiene
teléfono móvil con nueve años, es problema de todos. Por más que algunos padres
tratemos de no precipitar o exponer a nuestros hijos estímulos que no les
corresponden por edad, otros sí lo hacen y es cuando se convierte en un
problema común.
Cuando también se les valida en
casa el “ojo por ojo”, el “da tu primero”, el “si ves que están acosando a
alguien no te metas”, estamos contribuyendo a perpetuar una sociedad violenta
que hace de la venganza y el resentimiento una herramienta válida y aceptada.
Cuando permites que tu hijo vea
películas que para adultos, que juegue a videojuegos que nada le aportan salvo
basura, sin control de tiempo ni control, Cuando te burlas de alguien que sale
en la tele o de tu vecino, cuando insultas a alguien en una conversación
aparentemente trivial. Cuando juzgas en voz alta a los otros, cuando en casa se
pierde el respeto y las personas se agreden de una u otra manera, también es un
problema de todos.
Cuando no controlas qué hace tu
hijo con Internet, cuando permites que entre y forme parte de redes sociales
sin tener edad adecuada para ello. Cuando no estás presente en su vida, cuando
no dedicas una ínfima parte de tu tiempo a escuchar lo que tenga que decirte.
Cuando has reducido tu tarea de educar a una especie de cuidador vespertino
ocupado nada más que en la logística o en sus notas, también todas estas
situaciones son un problema de todos.
Cuando tu hijo ve pornografía,
cuando tu hijo ve violencia, cuando tu hijo usa un lenguaje inapropiado e
irrespetuoso. Cuando los límites en tu casa y en tu vida dependen de tu nivel
de cansancio, de tu estado de ánimo, de cómo te ha tratado tu jefe ese día o de
si te duele la cabeza... y entonces tu hijo necesite reparar su maltrecha
autoestima poniéndose por encima de los demás porque se está convirtiendo en un
niño dañado y sin referentes, también es un problema de todos.
Cuando le pegas una bofetada o
una “inofensiva” colleja, cuando le levantas la voz, cuando le ofendes o le
criticas, estás contribuyendo a perpetuar el maltrato. De verdad crees que él
no hará lo mismo con quienes crea más débiles o inferiores. Y si es niña, ¿vas
a preguntarte por qué se deja manipular o maltratar por otros niños? ¿O porqué ella
misma se comporta así?
Cuando un niño acumula tanta
frustración, tanta falta de respeto y de límites, una ausencia de contención y
presencia, que haga que necesite vomitarlo en forma de maltrato a otros cuando
llega al colegio, es también un problema de todos.
Y es un problema para todos
porque aquellos padres que sí se ocupan de educar en el respeto, en la ética,
en el buen trato, aquellos que sí están presentes en la vida de sus hijos y han
hecho de su educación el compromiso más esencial de sus vidas. Aquellos que se
han esforzado en reeducarse para poder educar desde un lugar distinto, más
amable y solidario. Aquellos que han tenido el coraje de apostar por un modelo
que sea parte de la solución y no del problema haciendo de la tarea educativa
un “más difícil todavía” y que han apostado por cambiar una sociedad que
conocen decadente y podrida. Estos padres no se merecen ni necesitan encontrar
más obstáculos cuando sus hijos salen al mundo, muchas veces convirtiéndose en
las irónicas e injustas víctimas de quienes siguen educando en el “siempre se
ha hecho así”.
“Son cosas de niños” dicen cuando
un niño se queja y se duele porque otro le maltrató. “Es normal, toda la vida
ha sido así”. Y tienen razón, son cosas de niños violentos y ofensivos que se
convertirán en adultos violentos y ofensivos porque han interiorizado como
buenos y normales los valores más podridos y arraigados de una sociedad que ha
incorporado el maltrato como inherente a la naturaleza humana y han hecho del
“sálvese quien pueda” su justificación.
No, tu hijo de nueve o 10 años no
necesita un iPhone. Lo que necesita es tu insustituible presencia, nutrir su
alma con montones de momentos compartidos y recibir un legado que no consiste
en cosas, sino en la constatación de que fue y es un ser humano valorado,
reconocido y amado y una escala de valores que solo podrás transmitir a través
de tu ejemplo.
*Olga Carmona es psicóloga y experta en psicopatología de la
infancia y la adolescencia.