Autoría: Itziar Franco Ortiz
Republicado con autorización de http://www.solohijos.com/
Me considero una persona capaz:
me defiendo en mi trabajo, llevo bastante al día los quehaceres domésticos,
formo parte de diversas asociaciones del barrio y por lo general me definen
como una persona dispuesta… ¿Cómo es posible entonces que todas las mañana sin
excepción me colapse y no consiga salir de casa sin estar al borde de un ataque
de nervios? Cuanta más prisa doy a mis hijos, más lentos funcionan. ¿Lo harán
adrede? ¿Por qué se empeñan en amargarme las mañanas? ¿Habrá algún truco que no
he sabido aplicar?
Los psicólogos han descubierto algo que logrará tranquilizar a
más de un padre: la
velocidad del movimiento de los niños es inversamente proporcional al tiempo
que disponemos los adultos. En otras palabras, cuanto menos
tiempo tengamos nosotros, más tardará nuestro hijo en estar a punto. Así que si no
logramos salir de casa tranquilamente por las mañanas no debemos maltratarnos
en exceso pensando que no somos capaces. Se trata de una especie de “ley
matutina” que se cumple casi siempre y que tiene algunas variantes curiosas:
– El efecto que tienen
nuestras palabras de apremio, tales como “date prisa” o “vamos a llegar tarde“, sobre la velocidad del
niño es precisamente el opuesto al esperado, es decir, sólo conseguiremos que
vayan todavía más lentos.
– Cuanto mayores sean la
importancia y la necesidad que tengamos en llegar a una hora a algún sitio,
menor será la probabilidad de que nuestro hijo esté listo a tiempo.
Bromas aparte, la culpa de
este fenómeno de ralentización la tiene casi exclusivamente el estrés. ¿Quién de nosotros es capaz de
funcionar bien en situaciones de mucho estrés? Una reacción que acostumbra a tener
mucha gente ante el estrés es funcionar de forma más lenta para rehuir el
encuentro con el problema. Por tanto, cuanto
más estresados estemos nosotros por marcharnos, más despacio funcionará nuestro
hijo, más nerviosos nos pondremos nosotros, más despacio aún
responderá él y así hasta que lleguemos todos al borde del ataque de nervios,
salgamos de casa echando chispas y no nos repongamos, con suerte, hasta media
mañana. Total, un desgaste de energía y un acopio de mal humor que resulta
fácil evitar.
La solución a este problema
sólo puede ser una: reajustar
los horarios para que podamos hacer las cosas con un poco más de tranquilidad.
Debemos ser realistas y ser conscientes de nuestras posibilidades. Si una hora por la mañana no nos da ni
para sacar a nuestros hijos en pijama de casa, tendremos que
replantearnos la situación. Y si darles prisa, gritarles y amenazarles no nos
da los resultados que deseamos, tendremos que cambiar
de táctica. Por ejemplo, podemos hacer que nuestros hijos se
vayan a dormir un poco antes para que así puedan levantarse media hora antes.
Esa media hora quizás pueda ahorrarnos mañanas de gritos, mal humor,
comentarios injustos y días de llegar tarde a todas partes. De la misma manera
podemos analizar qué otros ajustes podemos hacer en el horario o en nuestras
actividades para dejar libre más tiempo por las mañanas: quizás dejar
preparados los bocadillos en el congelador, bañar a nuestros hijos por la noche, levantarnos nosotros un
poco antes para luego ayudarles a ellos, etc.
Estas medidas son una
inversión a largo plazo. El
estrés sólo provoca estrés, y vivir todas las mañanas de los días laborables
con nerviosismo y prisas no es bueno en absoluto ni para nosotros ni para
nuestros hijos. La verdad es que si continuamente vivimos unas
mañanas plagadas de peleas, podemos llegar a tener problemas domésticos y de
relación entre nosotros. Y en cuanto a la educación de nuestro hijo y a su correcto desarrollo, es tan
importante que duerma correctamente como que se despierte tranquilamente y sin
sobresaltos. Despertarlo de golpe y con prisas lo predispone a pasar un mal
día, nervioso, cansado, irritable e incluso angustiado. Pensemos que los niños
(también los adultos, aunque ya nos hemos acostumbrado a no hacerlo) necesitan
un poco más de tiempo para pasar del estar dormido al estar despierto.
También podemos utilizar otras estrategias
compensatorias, como elogiar a nuestros hijos cuando
muestren una conducta consecuente con el hecho de estar listos, prepararles su
“bocata” favorito si esa mañana en especial deben correr un poco más y ellos se
esfuerzan, o disfrutar todos juntos de un gran almuerzo familiar en pijama los
fines de semana.
Comprobemos
que nuestro hijo no esté haciendo el remolón por las mañanas para llamar
nuestra atención. Si por mucho tiempo que le damos para que se levante
tranquilo, no vemos que él cambie su forma de comportarse y se sigue quedando
en la cama esperando que entremos continuamente en su cuarto para avisarle que
ya es la hora, seguramente lo está haciendo para llamar nuestra atención. Si sospechamos que éste puede
ser el caso de nuestro hijo, comprobemos que pasamos suficiente tiempo con él y
que le estamos dando la atención que él necesita. Si no es así, deberemos buscar
momentos y/o actividades para compartir con nuestro hijo y evitar que desee nuestra atención
“precisamente” a esa hora del día en que no podemos prestársela
incondicionalmente.