Republicado con autorización da autora: Sara Tarrés
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“Lo he probado todo, nada funciona con mi
hijo” es una de las frases típicas con las que los padres suelen llegar a
consulta cuando acuden en busca de soluciones al mal comportamiento de alguno
de sus hijos.
Sí, así es. Llega un momento en
el que los padres desesperados tras una larga temporada en la que nada parece
funcionar con sus hijos deciden acudir a un especialista, ya sea para consultar
si lo que ocurre entra dentro de lo esperable o bien porque creen que necesitan
ayuda urgentemente.
Y llegados a este punto cuando
decimos con todo nuestro pesar “Lo he probado todo, nada funciona con mi hijo”
es hora de anotar qué es lo que hemos hecho y por qué no ha funcionado. Y
cuando decimos que lo hemos probado todo y que nada funciona es porque seguro
que ya hemos:
premiado,
castigado,
hablado,
gritado,
ignorado,
chantajeado,
manipulado,
suspirado,
resoplado,
contado hasta diez o hasta mil si
ha sido necesario,
cerrado los ojos,
e incluso llorado más de una o
veinte noches,
…
Sí, parece que visto así nada
funciona con mi hijo después de probarlo todo una y mil veces. Y la siguiente
pregunta, la que se refiere al por qué quizás las respuestas que encontremos
serán que quizás:
hemos querido resultados
inmediatos,
hemos sido inconsistentes e
incoherentes,
hemos roto la confianza de
nuestros hijos en lo que les decimos y no cumplimos,
hemos abusado de una autoridad
que no nos hemos ganado,
nuestro hijo nos ha encontrado el
punto exacto donde sabe que finalmente cedemos,
estamos prestando demasiada
atención a aquellos comportamientos que no nos gustan y ninguna a todo lo que
hace bien,
nos estamos obsesionando por ser
una madre o un padre perfecto olvidando que solo somos personas y que no
podemos controlarlo todo,
…
Estas son algunas de las
respuestas a las preguntas iniciales: qué es lo que hemos probado y por qué no
ha funcionado. Y a partir de ahora … ¿qué? Pues es hora de cambiar de
dirección, porque este camino no nos lleva a otro final que no sea de nuevo el
fracaso.
Es momento de:
ponernos firmes y mantenernos enfocados en lo realmente importante:
nuestros hijos y su educación. No en ser una madre perfecta ni en obsesionarnos
si lo estamos haciendo bien o no cuando decidimos que no es momento de hacer
tal o cual cosa.
Poner normas claras, con
consecuencias aplicables. Un mes sin tele sabemos que no lo vamos a cumplir así
que esta consecuencia no sería aplicable y nos restaría autoridad y
credibilidad.
Poner esas normas por escrito en
algún lugar visible por todos.
Aplicar la regla de “Menos es más”. No es necesario una lista
interminable de normas basta con cumplir unas básicas como: “obedecer a la
primera, no gritar, no insultar, no pegar, no protestar, …” Cuando logremos
instaurar estas, que no será fácil, ya entraremos en otro tipo de normas, pero
las de convivencia son imprescindibles en estos casos.
Como padres debemos ignorar más esos comportamientos que
nos sacan de quicio y prestar más atención a lo que hacen bien. Los niños
quieren ante todo atención y la buscarán a toda costa utilizando el método que
sea, y si lo consiguen portándose mal entonces seguirán portándose mal. Ante
esta premisa es lógico que dejemos de atener protestas, enfados, malos modos, …
No tengo pastillas de paciencia pero tened por seguro que al cabo de unos días
esos malos comportamientos acaban por extinguirse, al principio os parecerá
vivir en un infierno pero merece la pena soportar unos días así.
Empatizar con lo que le puede estar ocurriendo a nuestro hijo. ¿Está
enfadado, tiene un mal día, tiene celos, no sabe lo que le pasa, ….? Dale la
oportunidad de que se exprese, con palabras o dibujos, abre los oídos y
escúchale.
Cuidar nuestro lenguaje y nuestro comportamiento. Los niños son
unos excelentes imitadores y aprender por modelado, no pidas que tu hijo no
haga algo que tu no cumples. Las reglas son para todos.
Buscar ayuda profesional antes de que las cosas se desborden. Habla
con el tutor del niño o niña, pide cita con el pediatra quien puede derivaros a
un buen psicólogo infantil.