Autoría:
Helena Arias Vidaurre (Psicóloga)
La regulación afectiva está profundamente ligada a su base
cognitiva, la denominada capacidad reflexiva. Se trata de la capacidad de
pensar en los estados emocionales y mentales propios y ajenos. Las relaciones
tempranas de apego suponen el escenario en el que se desarrolla dicha
capacidad.
La capacidad reflexiva, o también denominada “mentalización” es la que permite comprender las
emociones, intenciones y pensamientos propios y ajenos, aquello que no se
observa, pero se infiere (Fonagy
y Target, 2000; Fonagy, 2004; Fonagy y Bateman,
2008). Constituye un importante hito del desarrollo que se da durante la
primera infancia en el escenario de una relación de apego segura
(aunque siempre hay posibilidad de desarrollarla más tarde).
Aprender
a identificar las propias emociones y, sobretodo, a pensar en ellas es el
primer paso para desarrollar la capacidad reflexiva pero…¿cómo se aprende?
¡Socorro! ¡Estoy sufriendo y no
sé cómo decírtelo!
El
niño está sufriendo por algo y manda una señal a la persona que está con él, en
forma de llanto:“estoy sufriendo mucho, no sé
qué hacer, te mando este sufrimiento a ti, a ver si puedes hacer algo”.
Al
adulto que está vinculado emocionalmente con el niño, lo que le llega es toda
su angustia. El
niño pasa al adulto aquello que no puede digerir.
Para
poder devolver un reflejo de esa emoción ya digerida, el adulto debe tener
cierta capacidad reflexiva,
ya que tiene que hacerse una idea mental de lo que el niño siente; una vez
hecha esa representación mental de la emoción, podrá calmarle y devolvérsela de
una manera manejable. Le está dando el modelo de alguien capaz de calmar el
sufrimiento, y el niño comenzará a hacer suya esa imagen para poder empezar a
conocerse, aceptarse y calmarse a sí mismo en futuras ocasiones.
Devolver
al niño una versión más manejable de sus estados emocionales facilitará la
génesis de estrategias de regulación emocional y le ayudará a ir organizando
una identidad coherente (Fonagy,
2004; Fonagy y Bateman, 2008). Es comprensible pensar que un
sistema de apego seguro y sensible será el campo de práctica
perfecto para el desarrollo de esta capacidad, pues equivocarse no trae consecuencias
negativas. Es en este tipo de relaciones en las que el niño
puede aprender a manejar sus sentimientos con la seguridad de saber que, si no
lo consigue, siempre habrá alguien ahí para ayudarle.
El
niño que no es recogido ni cuidado durante sus primeros meses de vida va a
aprender muy pronto que no hay nadie ahí fuera que le pueda contener. Y si eso
no lo aprende recibiéndolo, no va a poder ser continente de sí mismo, no
va a aprender a tolerar las experiencias dolorosas de la vida porque nadie le
enseñó.
Hoy
se sabe que abandonar a un niño en su angustia, además de afectar a regulación
afectiva, podría provocar escasa tolerancia a la
frustración e impulsividad. Han aprendido que, si no se obtiene
lo que se desea inmediatamente, el sufrimiento es intolerable y que la espera
nunca trae nada bueno.
¡No me digas que “eso
es una tontería” porque para mí no lo es!
Si a un niño que ya entiende lo que se
le dice no le explicas nada de lo que siente o le dices que lo que le pasa es
una tontería, mantendrá toda su angustia sin saber ponerle un nombre.
Al
calmarle le comunicas, “estoy
contigo”. Es entonces cuando aprenderá que en el mundo hay
personas en las que confiar. Si además le explicamos qué le sucede,
aprenderá a entender qué es lo que le pasa y comenzará a desarrollar la
importante capacidad reflexiva.
Si
el cuidador supone una amenaza, equivocarse al reflexionar sería demasiado
peligroso; al no contar con un campo de entrenamiento óptimo, estos niños
generarán una capacidad de mentalización limitada y rígida. Esta capacidad no
llegará a desarrollarse del todo, por lo que los niños se quedarán a medias en
su percepción de la mente de sí mismos y de los otros.
Su realidad mental adquirirá para ellos carácter de realidad
absoluta, no serán capaces de comprender otras perspectivas que no coincidan
con la suya y perderán la capacidad de ser flexibles.
Los mejores padres: ¡los
imperfectos!
Los
científicos Dicorcia y Tronick (2011) plantean que los niños que se
ven expuestos en su desarrollo normal a pequeños fallos que surgen en la relación con su
cuidador principal tendrán un desarrollo socioafectivo óptimo. Esto coincide
con el concepto de “madre
suficientemente buena” de Winnicott(especialista
en la teoría del apego).
Son fallos esporádicos y cotidianos que permiten
una reparación. La clave está en conseguir que concluyan que, aunque un
día no lleguemos a tiempo, no le hemos abandonado. Que, aunque alguna vez no
consigamos calmarles, estaremos ahí para acompañarles si lo necesitan. Que
nadie es perfecto, ni siquiera mamá o papá, y que ellos tampoco tienen porqué
serlo.
Son
aprendizajes importantes que pueden llevarse a cabo sólo si se han puesto
previamente unos buenos cimientos y la relación de apego
es segura y consistente.
Por último señalar que, si bien la capacidad de mentalización y regulación emocional se generan en el seno de las relaciones de cuidados tempranos, la posibilidad de desarrollarla no se detiene ahí. El entorno familiar inmediato juega un papel esencial durante los primeros años, pero se ve influido por la familia extensa y más adelante por otros adultos significativos fuera de la familia, por los iguales e incluso por características culturales y sociales más amplias (Twemlow, Fonagy y Sacco, 2001, 2005).
Por último señalar que, si bien la capacidad de mentalización y regulación emocional se generan en el seno de las relaciones de cuidados tempranos, la posibilidad de desarrollarla no se detiene ahí. El entorno familiar inmediato juega un papel esencial durante los primeros años, pero se ve influido por la familia extensa y más adelante por otros adultos significativos fuera de la familia, por los iguales e incluso por características culturales y sociales más amplias (Twemlow, Fonagy y Sacco, 2001, 2005).